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8 de Septiembre de 2017

Saidi, una vida de esperanza


Saidi tiene 14 años y hace un año que dejó su casa en Kabul. Dejó atrás todo lo que conocía para escapar de los talibanes. Viajó solo miles de kilómetros y pasó miedo en el mar. No dejaba de preguntarse a dónde iría.

Saidi, una vida de esperanza

Saidi tiene 14 años y hace un año que dejó su casa en Kabul. Dejó atrás todo lo que conocía para escapar de los talibanes. Viajó solo miles de kilómetros y pasó miedo en el mar. No dejaba de preguntarse a dónde iría.

Hoy, Saidi está dentro del programa para menores no acompañados del Instituto Don Bosco de Tournai (Bélgica). Saidi es un refugiado afgano. “No sabía a dónde iba a ir, pero no podía seguir en mi país”, explica. El miedo a los talibanes hizo que un día dejase todo atrás y emprendiera un peligroso viaje sin estar acompañado de ningún adulto. En la “aventura” pasó miedo, hambre, frío… pero se puede decir que es un niño con suerte. Llegó a Bélgica en uno de los programas para menores no acompañados de los Salesianos. Él es uno de los más de 22,5 millones de refugiados de todo el mundo que han huido de sus países por la persecución, los conflictos y la violación los derechos humanos.

Los misioneros salesianos en Italia, España, Bélgica, Alemania están trabajando cada día con personas que cruzan el Mediterráneo, sobre todo atendiendo a los menores refugiados que viajan solos. Todos se juegan la vida huyendo de la violencia, el hambre, la pobreza. Les dan un lugar en el que vivir, reciben atención adecuada, retoman sus estudios y les ayudan a integrarse en Europa. Hoy Saidi vive en el Instituto Don Bosco de Tournai. “Aquí los jóvenes refugiados encuentran un lugar donde vivir, reciben comida, ropa, atención y, lo más importante, educación”, explican los salesianos. “Reciben cursos de francés e inglés, matemáticas, ciencias, educación física, música, dibujo… Los más mayores lo que quieren es encontrar un trabajo enseguida y la mayoría quieren poder quedarse en Bélgica”, agrega Flore Dubois, profesor en el Instituto.

El camino de estos jóvenes refugiados, como Saidi, no es sencillo. Tienen que enfrentarse a una cultura y costumbres diferentes. A pesar de todo, “la mayoría de los chavales llegan con muchas ganas de aprender y de ayudar”, explica otra profesora, Annie Michel. “Ojalá no hubiera tenido que irme de mi país nunca. Sin embargo, estoy muy agradecido por las oportunidades que me están dando”, finaliza Saidi.

Fuente: MISIONES SALESIANASAS

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